Por Marta Camarotta
Recuerdo los días de carnaval, eran tres días en que nos quedábamos a dormir en el club, donde obviamente los padres estaban invitados, y ya desde antes de esa fecha se sabía que había que ir disfrazado. Mi clásico disfraz fue de el negra candombera, que para completar el "personaje", Bea me pintó la cara de negro con corcho quemado. Se realizaban muestras de destrezas, se practicaban esquemas de gimnasia y se participaba en juegos.
Mi particularidad era que llegado el segundo día comenzaba a extrañar a la vieji y entonces me ponía a llorar, porque sabía que me tenía que quedar un día más... y quien iba al rescate???
Obviamente que el profe Eduardo! Persona más maravillosa no he conocido! El mejor recuerdo es para él, porque era el que nos esperaba a nosotros, los últimos, con los brazos extendidos para felicitarnos como si fuéramos los primeros.
El que si veía que teníamos dificultades en hacer algo por nuestras limitaciones o torpeza (en mi caso ambas! jaja) se quedaba hasta que medianamente nos salía el ejercicio o lo que tuviéramos que hacer. Siempre con una palabra de aliento, siempre con un abrazo eterno de cariño. De él aprendí, precisamente eso, que había que esperar con los brazos abiertos a los que les resultaba difícil o complicada alguna tarea.
Después de tantos años, aun sigue extendiendo su abrazo invisible a través de un mail, como cuando en momentos difíciles le escribí y con amorosa ternura me brindo su consuelo, su fe, su cariño. Así como cuando era chica y me esperaba en la llegada siendo la ultima con los brazos abiertos para felicitarme como si fuera la primera.
Querido profe Eduardo, siempre en mi corazón, siempre el más dulce de los recuerdos para vos.
Saludos,
Marta