Era un sábado de invierno, en el descanso después de almorzar, en este mismo escenario, La Terracita – claro que en ese momento habría unos 50 chicos correteando por ahí, jugando mancha venenosa, escondida, figuritas, etc.
Todos sabrán que yo no era ni tranquilito ni muy buenito, mis compañeros dan fe de que yo era un HDP. Como era de costumbre, fui a molestar y a golpear a unos compañeros (entre ellos estaban Sebastián Agrelo y Cristian Lo Bianco). La terracita estaba realmente repleta.
Recuerdo que le pegué a Cristian Lo Bianco por un asunto con unas Manón y en seguida salí corriendo a toda carrera, como un “ladrón” esquivando y zigzagueando a todo lo que se movía, tratando de que no me alcanzara Cristian o Sebastián. Los dos querían atraparme para vengarse de mi ataque.
Todo se me puso blanco, no veía nada, solo escuchaba a gente gritando y obviamente riéndose de mi. Era el momento mas esperado por muchos: yo tirado en el piso con la cabeza bañada en sangre. No sé como llegué a enfermería, pero llorando abrí los ojos y tan simpática como siempre, estaba la doctora Mary para curarme, con una jeringa gigantesca de 15cm y una tijera en sus manos – yo cagado en las patas.
También estaba Héctor Ángel, Walter Casanova, mi profe Willy y mi hermano Leandro, presenciando como me cosían la frente y prometiéndome cosas que jamás cumplieron, con tal de que dejara de llorar y gritar.
Salí del consultorio con un parche en la cabeza y contento porque la doctora me había regalado la tan temible jeringa. Pero mas contento habrá estado todo mi grupo, sabiendo que al fin se había hecho justicia. Después, como a las 5 o 6 de la tarde vino mi papá para llevarme al Sanatorio Anchorena a que me hagan unas placas, de cuyos resultados prefiero no hablar, jeje.