Hola. Soy Freddy Tanús, Número de Orden 150/31012.
Tengo 38 años, una esposa (Paola, 38) y dos hijos (Francisco de 5 años y Catalina de 20 meses). Vivo en Colegiales. Mi hermano, Gustavo (36) está casado con Virginia y tienen a Santiago (8 meses, mi ahijado). Mis papás, Martha y Alfredo, abuelos chochos.
Este soy yo en mi máxima actuación en la cancha de handball. Del otro lado del lente solo estaba mi papá, que todavía conservaba la esperanza que me gustara algún deporte…
Cuando pienso en mi infancia, o cuando me preguntan por ella, lo único que aparece en mi cabeza es el Club de Tigre: no hay jardín de infantes, no hay amigos del barrio, no hay juegos en la vereda. No hay colonia de vacaciones: hay Club de Niños. Algo sobrenatural, como la Isla de la Fantasía: lo presentía en ese momento, hace mucho tiempo que estoy convencido de eso.
Mi mamá, mi hermano Gustavo y yo (parado, tocándome la panza) en la pileta de Milberg
Me pasa algo que seguramente les pasa a todos ustedes: cuando hablo sobre el Club siento que nadie me entiende, que solo los que lo vivimos podemos entender lo que fue y lo que nos pasó. A veces, cuando me agarra el viejazo y cuento mis anécdotas de la colimba, siento que a la gente le importa tan poco como cuando hablo del Club.
Me pasa con mi hermano, un renegado al que nunca le gustó el Club y era el “mosquito” más mosquito de todos, imaginate con alguien que nunca estuvo en contacto con esto que – antes, ahora y siempre - fue de otro planeta.
- Almuerzo, cena, desayuno, almuerzo y merienda
- Ropa de salida
- Malla (nunca me acostumbré a decir “traje de baño” y ahora soy un grasa, viste?), toalla y ojotas.
- Salidas a Holiday on Ice (volvíamos caminando a las 12 de la noche desde la estación hasta el Club – imaginen esa aventura hoy)
- Mosquitos, boyar, bastora, betl y miles de palabras más que no recuerdo ahora que formaban parte de nuestro propio idioma
- Rincón Alegre/Boliche/Misa vespertina/Sala de juegos en siestas de lluvia (el primer esbozo de los SUM actuales)
- Campamentos
- El micro B primero, el micro 7 más tarde.
- Luces y sonido
- Boyita, corchito, mojarrita, pejerrey, trucha, dorado, delfín y tiburón.
- El acto en que, ya grandecitos, hacíamos una coreografía vestidos de blanco y con luz negra de fondo y nos sentíamos en Broadway. Nunca disfruté tanto un acto como esa vez, y eso que en 6to. grado me tocó hacer de San Martín con vestuario, sable y todo!
- Medicine ball
- Softball (cuando cuento que jugábamos al softball – en realidad, digo béisbol para no tener que estar dando más explicaciones - creen que vivía en Puerto Rico! Lo peor es que me sigue gustando el deporte, a pesar que los de Hacoaj nos daban unas palizas que no tenían nombre… ellos tenían hasta las maquinitas de tirar bolas para practicar bateo, viste?)
- Principitos, Duendes, Pulgares, Pinochos, Robinsones, Cadetes, Juveniles.
- Las tortas fritas que hacíamos en el tinglado los días de lluvia (y las que hicimos un par de veces en la cocina de la Mansión Díaz de Milberg cuando yo me quedaba con mis tíos o con mis viejos, Silvina, María José, ¿se acuerdan?)
- El naranjú en el kiosco de la señora de enfrente
- El ruido de los acondicionadores de aire de la casa de Milberg y el mito de los fantasmas que habitaban la casa
- Los cross hasta el Tigre Hotel ida y vuelta (una suerte de Test de Cooper de avanzada… y los yanquis dicen que todo lo inventaron ellos!), en el que algunos se mataban y otros (como yo y otros compañeros de boye) corríamos hasta que terminaba la reja del Club, y después recorríamos un camino alternativo hasta unirnos a los que venían de hacer todo el trayecto corriendo en las últimas 2 cuadras y llegar vivo. Nunca me gustó correr: te lo digo a vos, Profesor Walter. Si hace tan bien a la salud, ¿por qué no vas a correr vos? Perdón, tenía que sacarme esto de encima de una buena vez.
- Los sánguches (no eran sándwiches, eran sánguches) de milanesa del fondo
- Salir a patear sapos y que el tesoro fuera una Coca afanada del tinglado
- El vértigo de todas las meriendas en Milberg (eras varón o mujer dependiendo de la marquita de la botella de gaseosa) y esos pebetes tan tiernos que nunca más volví a comer
- La emoción que sentía cuando el micro hacía la última curva antes de llegar
- El juego de seducción de las profesoras para con “José Pistola”, el profesor que usaba los pantalones de stretch que sería la envidia del Gay Parade de San Francisco (vamos, no se hagan las que no se acuerdan!) y que hacía malabares para secarse con la toalla en el vestuario. Era una suerte de operación logística compleja, créanme, los varones lo sabemos porque nos deprimíamos a diario.
- El juego del amigo invisible
- Días enteros jugando al paddle con mi infaltable pañuelo con la bandera yanqui.
- Los exámenes de natación para pasar de grupo
Mi lista es interminable. Debe estar guardada en paquetes en algún lugar de la enorme cabeza que Dios me dio. Van apareciendo como flashbacks de Lost, desde que leí el blog no dejan de aparecer nombres, lugares y situaciones en mi cabeza. Seguirán drenando, estoy seguro.
Es claro: todo esto es algo nuestro, de todos nosotros, no importa la diferencia de edades, los momentos, si fuimos niños, jóvenes o profesores, si estuvimos mucho o poco tiempo. Tenemos este código en común, y es nuestro. Y este lazo nos une sin importar el tiempo o la distancia que nos separe. El lazo de haber sido parte de algo irrepetible.
Yo cuento con orgullo que Marcelo Birmajer, Lippy, Nancy y Pardini (se sigue riendo igual, pero ahora además le gusta la música celta; podría reconocer esa risa hasta estando sordo) son nuestras celebrities (si hay más, no se enojen). Es la pertenencia, creo que un poco de ellos me pertenece. A Nancy la vi un día en un recital de Calamaro, nos cruzamos la mirada a unos 20 asientos, ella pegó un alarido, atravesó toda la fila y nos abrazamos. Otro día, años después, me la crucé en la playa de Jumbo de Pilar. Siempre fue como si nos hubiésemos visto la semana anterior. Ahora vive a la vuelta de casa, pero la veo en los carteles de Garnier con ese pelo tan colorado y me intimida un poco ir a tocarle el timbre (la que quiere ir es mi mujer, a ver si lo ve a Echarri en bolas…)
Yo, el enamorado del amor, me enamoré de casi todas (hasta de vos, María Luján Luna, que ni sabés quién soy, a quien adoraba verte nadar en la pileta con tus mallas enterizas y tu gorra azul, eras la más linda de todas en la pileta). En mi vida, el Club fue el disparador de una historia de encuentros y desencuentros que da para filmar una película.
¿Cómo éramos tan felices sin la Playstation Super Boom Box 839, el iPod y las computadoras? ¿Qué extraña magia hacía que fuéramos felices jugando como verdaderos nenes? ¿Por qué no puedo darle a mis hijos un lujo como ese? ¡Qué privilegiados fuimos! Si supieran todo lo que me arrepentí y me arrepiento de cada fin de semana que no fui al Club en invierno…
A la izquierda, con sweater amarillo, Bea. PARADOS (izquierda a derecha): Darío Sciammarella, Mono Soria, Flacuchi, Dardo Aguilar, Adrián Pomesano, María José Giovannetti, Karen Echaniz. SENTADOS (izquierda a derecha): Andrés Di Giorgio, Profe Silvia, María Pía Giovannetti, Freddy Tanús, Daniel del Pozo y Verónica Zotta.
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A mis compañeros y compañeras: María José Giovanetti, Silvina Barceló, Karen Echaniz, Verónica Zotta, Mariana Machiavello, Daniela Frías, Karina Martínez, Nancy Dupláa, las mellizas Laspiur, Andrea Vigetti, Alejandra Albanese, Estrella Levy, Daniel del Pozo, Guillermo Bogado, Darío Sciamarella, Gustavo Kseiri, Jorge Frías, Pedro Ramos, Lippy Campoy, Diego Raizman, Dardo Aguilar, Adrián Pomesano, Andrés Di Giorgio (gracias Daniel por el dato, me había olvidado su nombre, es el que identifiqué como Vicepresidente Ejecutivo de Boye en uno de mis comentarios), el Mono Soria, Flacuchi, Humberto Ramírez, Gustavo Terraziano, los Infante, los Podestá (mis primos por elección), Esteban Bernasconi, Apolo, Diego Abad y siguen las firmas… los llevo en el corazón.
Mientras tanto, mi correo es agtanus@hotmail.com. Esa también es mi dirección de MSN.
Voy a publicar esto ya, y seguiré escribiendo de a poco.
¡Hasta pronto!
Freddy